Reseña de la Película: Eddington de Ari Aster
Pandemia de máscaras
¿La máscara protege, o nos expone?
Ambientada en mayo de 2020, en un pequeño pueblo de Nuevo México, Eddington, de Ari Aster, transcurre durante la COVID-19. Pero no es una película sobre la pandemia: es una película sobre la fiebre identitaria que atraviesa nuestro tiempo.
No vemos tanto el miedo al virus como el miedo a no saber quién se es.
El contagio no es biológico, sino simbólico: una epidemia que erosiona las identidades.
Aster apunta a una verdad incómoda: sin máscara, sentimos el abismo
Recordé a Dysphoria Mundi, de Paul B. Preciado:
La pandemia no fue sólo sanitaria, sino ontológica y política. Las identidades estables enfermaron y se resquebrajaron; las categorías de normalidad, raza, género, autoridad y cuerpo entraron en crisis. Lo que regresa no es la estabilidad, sino una disforia colectiva.
En Eddington nadie muere por el virus. El verdadero contagio destruye certezas: raza, género, sexualidad, edad, poder, victimismo, patriotismo, masculinidad, moralidad, heroísmo.
La mascarilla no protege; apenas oculta la fragilidad, el miedo y la rabia de no habitar el propio rostro.
Aster muestra que la identidad no es refugio, sino trampa.
Cada personaje está preso del “yo soy”, de ese esfuerzo desesperado por ser alguien que nunca logra cristalizar.
La identidad aparece como prótesis cultural que se derrite al contacto con lo real.
Polarización, violencia simbólica, colapso moral: la caída de las certezas.
El tono es de tragicomedia:
Niños armados que matan adultos, policías negros atrapados entre la obediencia al poder y la memoria de su exclusión, policías blancos vulnerables, grotescos en su impotencia.
La inversión de roles no libera: desarma.
Nos reímos —y sentimos culpa al hacerlo— cuando la identidad-máscara se revela absurda, frágil, grotesca. Risa y espanto conviven. Nadie sale indemne: hay violencia, humillación, desborde, vergüenza.
La máscara identitaria, más que proteger, delata nuestra vulnerabilidad.
La identidad nunca alcanza. Nunca coincide consigo misma.
Es arma social, dispositivo de captura, convicción ridícula.
Como escriben Deleuze y Guattari en Mil mesetas:
El rostro clasifica, vigila, captura; no dice quién eres, sino qué máscara debes portar para existir
Nos tomamos demasiado en serio formas precarias. Ese exceso produce monstruos —y bufones.
La imagen de la portada de la película —bisontes cayendo por un acantilado, obra de David Wojnarowicz durante la crisis del SIDA— funciona como alegoría feroz. No hay descenso gradual: hay desplome.
Caída del símbolo, caída de la forma, caída de la identidad. Como los personajes: máscaras que ya no operan, cuerpos sin coordenadas, sin nombre habitable.
Preciado lo formula con precisión quirúrgica:
Wuhan está en todas partes. Wuhan está en nosotros.




